Bartolomé Mitre se entrevistó con Guillermo Brown

El militar, político, periodista y poeta devenido historiador nos dice que se encontraba delante de algo más que un héroe y retrataba en el vencedor de Montevideo un corazón generoso, un alma formada para amar y comprender lo bello y lo bueno

Por Guillermo A. Oyarzábal, Vicepresidente 1° de la Academia Nacional de la Historia, para el diario La Nación

Bartolomé Mitre y Guillermo BrownAlfredo Sábat. Imagen subida por lanacion.com.ar

La victoria de Justo José de Urquiza en Caseros y la vocación de quienes acompañaron la gesta del caudillo entrerriano enfrentaron al país a un proceso de transformación ciudadana que inevitablemente habría de hallar su punto de partida en la organización nacional. Se trataba entonces de definir el origen y la razón del ser argentino y consolidar su sistema de valores. En este derrotero, el conocimiento del pasado ocuparía un lugar fundamental, y en sus investigaciones los intelectuales adoptarían el compromiso de dotar al proceso de la racionalidad y los vínculos de cohesión que lo hicieran inteligible.

Bartolomé Mitre asumió total conciencia de la magnitud del desafío. El militar, político, periodista y poeta devenido historiador eligió los episodios incuestionables de la guerra de la Independencia. Las virtudes que había advertido en Manuel Belgrano y José de San Martín le permitieron rescatar aquellos elementos que en sí mismos alentaban el sentimiento nacional, y los protagonistas, por la imponente fuerza de tales convicciones, se impusieron en la sociedad argentina. En contrapartida, el papel decisivo de los militares elegidos opacó los nombres de otros tantos que desde entonces solo pudieron ocupar un segundo y distante lugar en el panteón de los prohombres de la patria.

El Ejército Argentino encontró en las grandes obras sobre la independencia argentina y la emancipación sudamericana los argumentos para trazar la historia de sus horas más gloriosas. La Marina, en cambio, abrevó en las páginas escritas por otro de los miembros fundadores de la Junta de Numismática Americana: Ángel Justiniano Carranza.

No obstante, el interés de Mitre por los ríos y el mar estuvo siempre presente. Como hombre de Estado, tuvo conciencia de la importancia estratégica del Río de la Plata y comprendió que la vasta extensión del mar argentino dotaba al país de posibilidades extraordinarias. Y de la misma manera que descubrió en el creador de la bandera y en el demiurgo del Plan Continental principios fundadores, buscó en las acciones navales de las guerras de liberación y sus héroes la esencia de los mismos fundamentos.

Quién sabe, quizá también haya pensado en recrear los sucesos navales, y tal vez a ello respondiera la visita que en 1855 hizo a Guillermo Brown en la Casa Amarilla de Barracas. Según sus palabras, en un “albergue pintoresco y tranquilo el audaz marino reposaba de sus fatigas en los mares procelosos del mundo”. Mitre, que recuerda aquel día con la emoción que el encuentro le había provocado, admirado por la belleza del paisaje y la señorial residencia de dos pisos que le abría sus puertas, transmite con emotivas palabras sus sensaciones más íntimas: “Me inclinaba con respeto ante aquel monumento vivo de nuestras glorias navales y encontraba sublime de majestad aquella noble figura que se levantaba plácida y serena…”.

Conciliando aquel pasado definido por el “estruendo de los cañones y el bramido de los huracanes” con el presente, donde los trabajos intelectuales y la naturaleza reemplazaban “los ásperos trabajos de la guerra”, Mitre nos dice que se encontraba delante de algo más que un héroe. Y, sin disimular sus emociones, retrataba en el vencedor de Montevideo un corazón generoso, un alma formada para amar y comprender lo bello y lo bueno.

En aquella oportunidad, en un dilatado paseo por el jardín, el viejo almirante discurrió sobre la sacrificada vida del marino, recordó a sus compañeros de armas y las campañas navales contra realistas y brasileños, tuvo tiempo para evocar el amor que sentía por esta su patria adoptiva, y también para hablar de las plantas y las flores. Antes de despedirse, Mitre pidió un borrador de las memorias que escribía y días después Brown le envió el documento con una carta en términos discretos y afectuosos, que encabezaba con la fórmula “mi estimado amigo y señor”.

Sin vanidad, Brown decía a Mitre que había escrito aquellos apuntes simplemente con el fin de dejar algún recuerdo a sus descendientes, al tiempo que se retrataba como un hombre de mucha confianza en sí mismo y capaz de llevar las operaciones “más adelante de lo que se puede esperar”. Por último, le encarecía que luego de haber tomado los datos que buscaba le devolviera la pequeña historia: “Ya que pienso –dijo– añadir algo, antes de irme a navegar por las sombras de los muertos en eterno descanso”. La legítima admiración de Mitre por Brown se verificó después en hechos concretos. En septiembre de 1856, desde el Instituto Geográfico del Río de la Plata, Mitre reprodujo un ensayo biográfico sobre el primer almirante escrito por Tomás Guido.

Apenas un par de años habían pasado desde aquel singular encuentro cuando en la madrugada del 3 de marzo de 1857, y junto a su amigo el coronel José Murature, Brown cerró los ojos para siempre. La tradición señala que antes dirigió su mirada hacia aquel compañero de armas, y le dijo: “Comprendo que pronto cambiaremos de fondeadero, ya tengo práctico a bordo”.

Cuando a las cinco de la tarde del día siguiente, encabezada por el general Ignacio Álvarez Thomas, llegó la comisión del gobierno, el ataúd cubierto por el uniforme completo de brigadier general y el escudo de la bandera del Combate de los Pozos ya estaba preparado para el traslado. Enseguida, el imponente carro fúnebre, adornado por catorce coronas, inició la marcha seguido por jefes, oficiales y la gran cantidad de público que se había congregado para acompañar al almirante en su último derrotero.

El coronel Bartolomé Mitre, en su carácter de ministro de Guerra y Marina, encabezó la comisión de duelo, formalmente integrada por los generales y la plana mayor de los ejércitos de mar y tierra, entre quienes se destacaban, entre otras figuras, los coroneles Juan Antonio Toll y Bernadett y Francisco Seguí. En la Recoleta, el padre irlandés Antonio Domingo Fahy, acompañado de otros dos sacerdotes, ofició la solemne misa de despedida. Luego fue conducido hasta la puerta del sepulcro del general José María Paz, lugar donde Mitre pronunció el célebre discurso del cual rescatamos estas líneas: “Brown, en la vida, de pie sobre la popa de su bajel, valía para nosotros una flota. Brown, en el sepulcro, simboliza con su nombre toda nuestra historia naval”.

Probablemente por sus venas de historiador haya pasado la idea de escribir sobre el almirante del Plata y quizá por ello se interesó en las vívidas experiencias descriptas por aquel en sus crónicas de guerra. Más difícil resulta asumir que desde el perfil del marino y sus hazañas Mitre pensara en trazar para el país y su marina obras tan fundamentales como las que después escribió.

Guillermo Brown no había nacido en tierras argentinas y su compromiso con la patria no podría ser jamás entendido de igual manera; además, Belgrano y San Martín eran hombres de pensamiento y acción. Brown, en cambio, solo podía consagrarse, lo cual por cierto no era poco, por aquellas virtudes rescatadas por sus biógrafos en los teatros de operaciones militares: inteligencia guerrera, espíritu de sacrificio, audacia y valor.

Por estas razones el vencedor de Pavón supo siempre que no estaba destinado a escribir sobre quien había derrotado en combate a José Romarate, James Norton, John Pascoe Grenfell y Giuseppe Garibaldi, y sin menguar su devoción por Brown resignó su pluma para que fueran otros quienes documentaran las memorables páginas de la historia naval argentina.

Nota publicada el 13 de mayo de 2022 en lanacion.com.ar

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