Manuel Belgrano, eminente prócer de los argentinos

Por Fernando Enrique Barba

En éste año se recuerda el doscientos cincuenta aniversario del nacimiento de Manuel Belgrano ocurrido el 3 de junio de 1770 y el doscientos aniversario de la muerte del prócer y del recuerdo de la creación de la Bandera Nacional. Debemos preguntarnos ¿cual es el verdadero significado de la plasmación de nuestro más significativo símbolo nacional? Debemos decir en respuesta que de esa forma, Belgrano cortaba el nudo gordiano que hasta ese instante confundía al país. La revolución, hecha bajo la máscara de Fernando VII, había obligado a otros, mas cautos que nuestro héroe, a llevar una política que, con su disimulo y prudencia, enervaban la inicial fuerza surgida del pronunciamiento de Mayo. La creación de la bandera, en aquel entonces, significaba algo más que el hallazgo de un símbolo; tenía un alcance más amplio y más profundo. Las propias palabras de Belgrano nos revelan el sentido que él atribuía a su creación. “Las banderas de nuestros enemigos decía- son las que hasta ahora hemos usado: pero ya que el gobierno ha determinado la escarapela nacional con que nos distinguimos de ellos y de todas las naciones me atrevo a decir que deberán distinguirse de aquellas otras banderas”; terminaba diciendo “Abajo esas señales exteriores que para nada nos han servido y conque parece aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud” Como podemos apreciar, era toda una manifestación política de lo que habría de representar nuestra enseña patria.

El 27 de febrero de 1812 en las baterías Libertad e Independencia, ubicadas en la Bajada del Paraná- y aquí debemos acotar que esa denominación condecía con el acto de creación de la insignia y eran nombres simbólicos que ponían de relieve la posición de lucha de Belgrano quién había así bautizado a las baterías de Rosario, enarboló, por primera vez, el estandarte revolucionario a cuya sombra habría de conquistarse la emancipación de cinco repúblicas.

¿Qué significa en nuestra historia nacional la presencia de Belgrano? Sería ocioso hacer un relato escolar acerca del personaje. Su recordación, sin embargo, es acto de plena justicia. Ante todo, conviene desvanecer un equívoco muy corriente acerca de su personalidad que acuñada en su momento por una historiografía beligerante, ha acompañado como si fuera de buena ley, la memoria del prócer. La pasión política de uno de nuestros más justamente admirado jurista, me refiero a Vicente Fidel López, que unía a su indiscutible talento inmoderada propensión a la mudanza de sus opiniones, temible libelista, pretendiendo herir de muerte ante la opinión pública, al más brillante historiador de Belgrano, enderezó tremenda invectiva contra el autor, maltratando, de paso la legítima gloria del personaje estudiado. Por contraste, historiadores de poco vuelo, han presentado una figura acicalada que, naturalmente, rebaja más que ensalza sus méritos reales. Como saldo de tan encontradas como equivocadas opiniones, ha sido corriente mostrarnos a Belgrano como un hombre bueno, en la más restringida concepción del término, poco menos que coleccionista de derrotas, de voluntad desfalleciente y de una concepción política anacrónica aún para su época.

Afortunadamente, el instinto popular preservó su figura singular. A despecho de intelectuales que no habían penetrado ni en el pensamiento ni en la acción de nuestro personaje, siempre advirtió en él grandes virtudes ciudadanas, una generosidad rayana con el desprendimiento y una elevación espiritual y moral que hicieron de él uno de los arquetipos de la nacionalidad. La sabiduría popular ha dado así su fallo. Tan es así que en momentos dramáticos para la nacionalidad que parecía desgajarse, recordemos que las que habían sido las Provincias Unidas del Río de la Plata se encontraban a la sazón, divididas de hecho en dos naciones, por una parte la Confederación Argentina con sus trece provincias y Buenos Aires que se había declarado, por la Constitución de 1854 en un estado con libre uso de su soberanía interior y exterior, es decir, independiente. Mitre se decidió entonces a escribir la biografía de Belgrano que fue publicada por vez primera en 1857. En tal sesgo, la fina penetración del historiador eligió como motivo de sus desvelos eruditos, la figuran junto con la de San Martín, más simpática y querida de nuestra historia, queriendo así convocaren su torno todas las voluntades, hacer de su memoria el centro de reunión de todos los argentinos, al momento totalmente desavenidos.

Mitre puso a Belgrano en contacto íntimo con su pueblo. Dio a conocer un hombre con sus virtudes, sus debilidades, sus errores, sus grandes cualidades, sus inmortales servicios y sus desfallecimientos morales; asimilándolo a la masa de la especie a que pertenecía con lo que el personaje ganó estimación y simpatía.

Belgrano es a mí entender el expositor más lúcido y sistemático del ideario que desemboca en Mayo, del que sin dudas fue precursor. Fue el maestro de la juventud criolla que formó el basamento jurídico y económico de la revolución. Razones temperamentales contribuyeron a poner de resalto otras figuras que ante la opinión vulgar, pueden aparecer como oscureciendo a nuestro personaje. La verdad es que tomando por ejemplo la obra más conocida del más brillante y discutido hombre de Mayo, me refiero a Mariano Moreno y a su Representación de los Hacendados, ésta, salvo el estilo incisivo y brillante que denuncia la pluma vigorosa del autor, sólo resume el pensamiento que, en un ambiente hostil, ha desarrollado Belgrano durante quince años como Secretario del Consulado. Afortunadamente, para el éxito de la revolución, Belgrano fue superado por sus compañeros de causa. El vuelo de su pensamiento no alcanzó las alturas donde llegó Moreno; sus ideas económicas no muestran la profundidad de las de Vieytes, sus conocimientos jurídicos no igualaban a los de Castro, pero él constituía el resumen de todos ellos.

Belgrano no sólo fue el personaje más representativo de cuantos actuaron en Mayo; fue quién mostró más claras vislumbres de un porvenir que llevó a la práctica en sus sueños y su credo; fue el fresco y tierno poeta de la naturaleza; fue quién iluminó con la luz de su alma optimista el espectáculo grandioso de una sociedad nueva a la que creía reservada para grandes destinos. Fue el cantor de los pastores y en especial de los agricultores, en un lenguaje que señalaba claramente sus contactos con Virgilio, mostrando, como en el modelo, la figura humana en el fondo del paisaje.

Hijo de un hogar burgués, nacido en medio de una sociedad fuertemente burguesa que iniciaba su ascenso a las primeras formas del capitalismo; Belgrano inició su educación con el cultivo de los clásicos, estudió luego el derecho hispánico y culminó su formación con los idiomas clásicos, la economía política y el derecho público.

Terminados sus estudios, aprovechando la continuación de su estadía en España y aprovechando una dispensa papal, tuvo acceso a los libros de Montesquieu, Rousseau y Filangieri. También conoció, estudió y se impregnó de las ideas fisiocráticas de Quesnay. Simultáneamente y como no podía ser de otra manera se cultivó con las obras de los más destacados miembros de la Ilustración española como fueron Campomanes y Jovellanos.

De sus conversaciones con el sector de estudiosos que formaban parte de grupo ilustrado español, surgieron en Belgrano, según sus propias palabras “las ideas de libertad, igualdad y fraternidad”, y sólo veía tiranos en “los que se oponían a que el hombre, fuere donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aún las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente”, cómo cito oportunamente Félix Luna.

Lo mismo que los legistas imbuidos del derecho romano y extraídos de la burguesía abaten el sistema feudal y contribuyen a crear el estado moderno, así Belgrano y sus discípulos y compañeros, encerraron todo el conocimiento teórico que les permitió luchar exitosamente contra el viejo sistema y construir otro. Belgrano basó sus reflexiones en la tradición española y colonial, adquirió sus más sólidas nociones de instituciones liberales en España, donde la savia vigorosa de Campomanes y en especial Jovellanos alimentó su espíritu. Belgrano asistió en España a un momento de renovación, “en medio de una atmósfera calurosa de ideas nuevas que cautivaban la atención de los primeros hombres de la época y que contribuyeron a dilatar los horizontes de su pensamiento, poblando su imaginación impresionable de visiones risueñas para el porvenir de su patria”

Vuelto de España en 1794 a Buenos Aires en su calidad de Secretario del Consulado, convirtió al Tribunal de Comercio en un intenso centro de irradiación cultural. Su prédica contribuyó a crear, en lo relativo a la temática económica, la doctrina revolucionaria de Mayo. No es en absoluto aventurar que la última década del siglo XVIII marcó, en gran medida y gracias a la acción de Belgrano y el grupo de intereses que representaba, la iniciación de la etapa histórica que ya podemos llamar, creo no equivocarme, argentina. En la etapa a la que hacemos referencia ya se advierte que la siembra de las ideas e iniciativas aportadas por Belgrano había encontrado suelo propicio.

Para finalizar, debo recordar que dijo Sarmiento de nuestro prócer: “El General Belgrano es una figura histórica que no seduce por sus apariencias, ni brilló como genio de guerra como San Martín, ni dejó rastros imperecederos de instituciones fundamentales como Rivadavia… Belgrano es uno de los poquísimos que no tiene que pedir perdón a la posteridad y a la severa crítica de la historia… Sus virtudes fueron la resignación y la esperanza, la honradez del propósito y el trabajo desinteresado. Su nombre se liga a las más grandes faces de nuestra independencia, y por más de un camino si queremos volver hacia el pasado, la figura de Belgrano ha de salirnos al paso… Su muerte oscura es todavía un garante de que fue ciudadano íntegro, patriota intachable”.

Lo expresado solo pretende ser una recordación de homenaje al creador de nuestra bandera nacional. Y lo que vale en estas recordaciones, más que el hecho pormenorizado de una vida, es el saldo que ha legado a la posteridad. Repito que su memoria fue en momentos difíciles para la nacionalidad el vínculo de unión de todos los argentinos. En 1873, uno de los, desgraciadamente, años tremendos de nuestra historia, ante la amenaza de una guerra con Chile, el país trabajado por las pasiones políticas, el presidente de la república, por entonces Domingo Faustino Sarmiento y el jefe la oposición, el general Mitre, se presentaron juntos rindiendo homenaje a nuestro héroe cuya estatua se inauguraba. Sarmiento, enarbolando en su brazo la vieja bandera del Ejército de los Andes, con la que San Martín había atravesado la cordillera y surcado el océano Pacífico libertando a Chile y Perú, saludó a la estatua y mostrando la bandera de bronce que la efigie del héroe llevaba en su mano derecha formuló éste voto, que es el nuestro al tributar éste homenaje: “que el honor sea su aliento, la gloria su aureola, la justicia su empresa”.

Al recordar al creador de la bandera “cuya grandeza reside en el conjunto armónico de sus altas cualidades morales, al seguir sus pasos en la carrera del sacrificio en la que brindó su vida generosa en aras de la patria”, podemos decir lo que se dijo de otro hombre ilustre: “Fue grande sin pretenderlo, y encontró la gloria sin buscarla en el camino del deber”.

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